Falleció José Javier Castro, músico, compositor, cantante y productor del rock nacional
Lamentable noticia. Hace unas horas se confirmó el fallecimiento de José Javier Castro Kohler, uno de los músicos más importantes dentro de la escena local.
Recordemos que ha sido compositor, cantante y productor musical. Su inicio musical se remonta a fines de los años 80’s con las bandas Beat Sudaka y Humo Rojo. Luego, formó El Aire donde logra una madurez musical bastante interesante.
Luchin Haro, integrante de Pánico, Feudales, Beat Sudaka, Los Chilcanos, entre otros, lo recuerda así:
Hoy, ya me sorprendo llorándote, adelantándome a lo inevitable. Te vas, de una manera prematura, silenciosa, rara. Me agarra esto, también en un momento raro de mi vida, lleno de cambios, que por más que son buenos, igual duelen, igual dejan marca. En este invierno gris oscuro, frío, de humedades en el aire y en las pupilas. De gritos pelados mar adentro, adonde no llega nadie, solo las aves, la borrasca y el viento. De oraciones clamando por serenidades, valores y sabidurías que aún no se si tengo, pero por las que siempre pido. A diario. Raro. Momento raro.
Me quedé con un nudo en la garganta desde ayer. Al comienzo no se hizo notar. Luego vino el insomnio, los recuerdos, los sueños, el desvelo íntimo en soledad de madrugada antes de meditar, el día abrumado de trabajo. Pero el día finalizó y como lo supe desde un principio, el nudo estaba ahí. Y de pronto, al cierre del día y en la mesa de comedor convertida en escritorio, se empezó a desatar en lágrimas de pica. De rabia, de pena. Porqué tan pronto, si había tanto por hacer, tantísimo por hablar, tantísimo por contarte, Jose querido y queridísimo.
Me hubiera gustado contarte de mis cambios, de mis sufrimientos, de estas penitas que yo solo entiendo y proceso tan mal, y que solo tú sabes desnudar y desanudar con esa manera tan tuya de ser un amigo incomparable. Con ese don tan tuyo para hacer fácil lo difícil. Con esa capacidad incomparable para verbalizar la solución a todos los problemas del universo. Me tengo que conformar con tu mirada silente, con el silencio de tu cuarto, con el calentador oscilando en silencio rojo y caliente. Y con mi reflexión agradecida. Porque, al fin y al cabo, estoy vivo, estamos vivos. Y porque los problemas ajenos ayudan a dimensionar los propios. Es por ello que me quedo con tu mirada silente, y también en silencio te dejo. Creo que, al fin y al cabo, igual me las arreglaré para seguirte contando mi vida, para seguir pidiéndote consejo, y ojalá, para seguir escuchándote.
Tantísimos recuerdos. El día uno, un lunes de verano por la noche. En el Nirvana. Fue la primera vez que te ví, y ese mismo día, ya integraba tu banda. Un nuevo y explosivo cuarteto que en tres meses hizo más que muchos en muchos años. La intensidad de ensayar 8 horas seguidas, de pegárnosla en la noche, y de continuar 8 horas más al día siguiente, todos los días. La adrenalina de tocar en la calle, sin permiso de nadie, hasta que la policía nos bote. Gorrearle la corriente a Company y al Tockyn. Los diálogos interminables de rock. La hermandad en la devoción por Mc Culloch y sus hombres conejito. Ocean Rain. Do it Clean. La manía por bautizar instrumentos y artefactos. Framus, Purpurina, Miguelito. Mi inolvidable y único apelativo, Pachinko. Mechita, la niebla de enero y el Sol de Mediodía. Los rocanroles más lindos, sinceros y rockeros de la vida. La televisión, el Tarot, Chaclarock. Manuel de Freire y esa noche de locos en la que tocamos para nadie en la Casona. El Beat y su Gorila Tarotero. Pancho, Panchito, que ahora debe estar feliz y regocijado de tenerte en su banda musical del oriente eterno. Las caminatas por Larco y Benavides en una nube ajena a toda realidad, en medio de la muchedumbre. De hecho, eras de otro mundo, de otro tiempo. Ser tu amigo fue para mí, en esa época, como ser abducido por un Ovni y visitar mundos únicos, extraños, maravillosos, llenos de pinceladas creativas y maravillosas. Por primera vez hice cosas que creía malas, muy malas, sin un carajo de remordimiento. Por primera vez creí que iba a ser eternamente músico. Por primera vez sentí que jamás moriríamos, que éramos eternos e invencibles. Que nos íbamos a dedicar a esta huevada de ser músicos.
Gracias amigo eterno. Por los bajos de escala corta que ahora son mi norma. Por el enorme gesto de devolverme, un buen día y sin avisar, la Framus que te regalé 30 años atrás, con una nueva vida y seis cuerdas menos, que, al fin y al cabo, nunca sirvieron de nada. Por los consejos frente a las relaciones tóxicas. Por haberme enseñado tanto, tantísimo de música. Por Humo Rojo, el Beat Sudaka y El Aire. Por las incontables horas trepados en el escenario. Por las Cien Ballenas Azules. Por las risotadas histéricas. Sé, en el fondo de mi alma, que siempre me acompañarás en silencio. Siempre te sentiré mirándome, siempre te seguiré conversando. De hecho, ahora eres parte de este momento raro, tan raro de mi vida, que nunca olvidaré. De hecho, eres y serás parte de mi vida, de mis recuerdos, por el resto de la eternidad. Te quiero Jose del alma, amigo querido. Salve, José Javier Castro Kohler. A rockear las estrellas.